Una de las actitudes que pone en evidencia nuestra soberbia es la rapidez para hablar y la dificultad para escuchar; o, dando un paso más, la prontitud para enseñar y la resistencia a dejarse corregir. ¡Con qué facilidad nos percatamos de los defectos de los demás y, en cambio, hacemos la vista gorda ante los nuestros!

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro…». Identificarse como discípulo de Jesús implica escuchar, implica tener deseos de aprender e implica reconocer los propios pecados. Solo puede ser un buen maestro quien es un buen discípulo (Jesús mismo es el Maestro porque, aún siendo el Hijo de Dios, escucha y se deja guiar por la Voluntad del Padre).
«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano». Jesús no nos pide que dejemos de corregir a los demás. Lo que sí nos pide, sin embargo, es que veamos claro «para sacar la mota del ojo» de nuestro hermano. ¿Y qué hace falta para «ver claro»? Limpiar nuestro propio corazón. Solo quien es dócil y humilde, quien busca consejo y se deja enseñar, quien no esconde sus faltas y procura enmendarlas, ese es el que ve claro. De lo contrario, vivimos enceguecidos por la imagen de nuestra (supuesta) propia perfección.
No se trata, por tanto, de si creemos o pensamos que somos buenos o santos: ¡la imaginación es tremendamente vanidosa! Se trata, más bien, de lo que manifiestan nuestras obras y nuestras palabras: «Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
LECTURAS DEL VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura | Eclesiástico 27, 4-7 |
Salmo | Salmo 92 (91) |
Segunda lectura | 1 Corintios 15, 54-58 |
Evangelio | Lucas 6, 39-45 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Sé escuchar? ¿Cómo es mi escucha en la oración, en la amistad, en el trabajo, en las clases…?
2. ¿Hablo mal de los demás? ¿He murmurado, difamado o calumniado a alguien?
3. ¿Acostumbro a examinar mi conciencia cada día? ¿Cada cuánto limpio mi corazón en la Sagrada Confesión?
Señor Jesús ayúdame padre amado a depurar mi corazón cada día para agradarte con mis palabras y acciones.
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SEÑOR en este día te doy gracias por la vida y por nuevo día que me regalaste.
Te pido Padre que me hagas siempre atenta a escuchar a mis hermanos, de no ver sus defectos sino mirarme a mi misma para corregir lo que no te agrada a Ti.
También te pido me ayudes a acercarme al sacramento de la reconciliación cada vez que lo necesite. Si es posible con más frecuencia de lo que lo estoy haciendo ahora.
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