Casi como por intuición, los discípulos de Jesús saben que están llamados a imitar a su Maestro. No obstante, el Evangelio no recoge ninguna indicación explícita del Señor al respecto… salvo una: «Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29).

Jesús ha querido inculcar la virtud de la mansedumbre en sus discípulos. «A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian…». Sí, mansos al cien por ciento: mansos de corazón («amad…»), de obras («haced el bien…»), de palabra («bendecid…») y de espíritu («orad…»). El corazón manso llega a acciones completamente insospechadas: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames…».
La regla de oro —Tratad a los demás como queréis que ellos os traten— no es para vivirla solamente con quienes nos tratan bien, sino con todos. «Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo».
Jesús espera de nosotros mucho más de lo que nos dicta la simple «lógica»: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los malvados y desagradecidos…».
¡He aquí la razón! Jesús quiere que amemos como Dios nos ama a nosotros: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Y, por eso, nos insiste en la mansedumbre, porque por medio de esta virtud el amor divino podrá ser más eficaz en nuestras almas, obras y palabras. En la escuela del Corazón de Jesucristo aprenderemos a vivir lo que Él nos pide: «No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros».
LECTURAS DEL VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura | 1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23 |
Salmo | Salmo 103 (102) |
Segunda lectura | 1 Corintios 15, 45-49 |
Evangelio | Lucas 6, 27-38 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Vivo la devoción al Sagrado Corazón de Jesús?
2. ¿Qué cosas me llenan de rabia, me irritan o me hacen perder la paciencia?
3. ¿Cómo puedo ser mejor imagen de la Misericordia del Padre?
Señor Jesús ayúdame en mi vida de fe.
Tu eres la verdadera vid y la fuente donde debo tomar el agua de la vida eterna.
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