Cuando intuimos que alguien o algo puede responder a nuestros más profundos anhelos, nuestros corazones se disponen a rendirle una firme adhesión. Algo así le pasó a muchos judíos con Juan el Bautista, al descubrir en su persona una paz y un gozo que jamás habían experimentado. En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías…

La sinceridad del Bautista, sin embargo, le impedía crear falsas expectativas en la gente. Él no pretendía la fama o el reconocimiento de las multitudes; nada más alejado de sus intenciones que defraudar la esperanza del pueblo elegido. Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Israel esperaba un Mesías, pero su imaginación apenas llegaba a vislumbrar quién y cómo sería ese Mesías. Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
¡Un Mesías que no temía ser contado entre los pecadores! Jesús no necesitaba ser bautizado, pues estaba libre de pecado. No obstante, se hizo bautizar por Juan el Bautista. ¡Mesías humilde! ¿A quién no le cuesta reconocer los pecados que ha cometido? ¡Cuánto más nos repugna e irrita que nos atribuyan pecados que no hemos realizado! Jesús, inmaculado, no se avergonzó de que pudieran pensar que Él era un pecador, al ponerse en la fila de los serían bautizados…
¡Un Mesías que es el Hijo de Dios! No se trataba de un hombre sobresaliente, con grandes capacidades de liderazgo, inteligencia aguda y voluntad férrea. Sin duda, Jesús es perfecto hombre; pero no menos que eso, es perfecto Dios, el Hijo de Dios… ¡Amado! El corazón divino-humano de Jesucristo se inflaría como un globo al escuchar como su Padre Dios profesaba públicamente su Amor por Él, Amor que es el Espíritu Santo, y que se hacía presente con apariencia semejante a una paloma.
Mediante el sacramento del Bautismo, el cristiano participa del misterio de Jesucristo. Reconocemos nuestra condición pecadora —¿quién puede negarlo sin mentir?— y recibimos un don que sobrepasa todas nuestras expectativas: somos hechos hijos de Dios en el Hijo, vencedores de la muerte por el Amor que recibimos de Dios.
LECTURAS DE la Fiesta del Bautismo del Señor
Primera lectura | Isaías 42, 1-4. 6-7 |
Salmo | Salmo 29 (28) |
Segunda lectura | Hechos de los Apóstoles 10, 34-38 |
Evangelio | Lucas 3, 15-16. 21-22 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Cuáles son mis más profundos anhelos? ¿Dónde descansa mi corazón?
2. ¿Reconozco humilde y sinceramente mis pecados? ¿Me da vergüenza acercarme al sacramento de la Confesión?
3. ¿Celebro el aniversario de mi bautismo? ¿Soy consciente de que ese día empecé a ser de modo especial hijo de Dios?
Bautizame señor con tu Espíritu.
Y que siempre tenga sed de ti.
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