En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. ¡Qué asombroso es el misterio de Dios! Él es Uno y Único y, a la vez, tres Personas. Él, feliz en sí mismo y sin faltarle nada, ha querido crear el universo, para hacer partícipes a las criaturas de su gloria y bienaventuranza.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. ¡Misterio del pecado! Los hombres rechazamos la vida y la luz que Dios quiere para nosotros. Pero Él no se rinde; busca la forma de devolvernos la vida y la luz que no hemos querido recibir.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. ¡El profeta! Dios ha elegido y enviado hombres a lo largo de la historia para dar testimonio de Él, de su vida y de su luz. En los últimos tiempos, eligió y envió a Juan, el Bautista, para que anunciara que la salvación de Dios era inminente, que pronto se manifestaría la vida y la luz de Dios.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. ¡Misterio de la libertad! La luz de Dios no puede ser vista por quien no quiere verla. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero a los que quieren, Dios les concede una vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. ¡Misterio de la Encarnación! ¡Misterio de la Navidad! El Verbo —Segunda Persona de la Trinidad Beatísima— se ha hecho hombre, ha querido habitar entre los hombres, para que en Él, en su Humanidad Santísima, los hombres pudieran contemplar la gloria, la gracia y la verdad, la luz y la vida.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». ¿Qué puede hacer el profeta si no? ¡Conviene que Jesucristo crezca y que yo disminuya!, dirá Juan. Él es el Camino, Él es la Verdad, Él es la Vida. Pon los ojos solo en Él. Pon tu corazón solo en Él.
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. ¡Jesucristo! Él es la vida y la luz de Dios. Conocer y amar a Jesucristo: esa es mi gracia, esa es mi verdad. No hay otro nombre, no hay otro hombre, no hay otro Dios, en el que pueda reposar mi ser. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
LECTURAS DEL II DOMINGO DE Navidad
Primera lectura | Eclesiástico 24, 1-2. 8-12 |
Salmo | Salmo 147 |
Segunda lectura | Efesios 1, 3-6. 15-18 |
Evangelio | Juan 1, 1-18 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Doy gracias a Dios por haberme llamado a la existencia y a la vida?
2. ¿Pido perdón a Dios por haber rechazado su gracia?
3. ¿Confieso que Jesús es mi Salvador? ¿Tengo deseos de conocer y amar cada día más a Jesucristo?
En cada momento confieso que JESÚS es mi Salvador y le pido todos los días que aunque tengo mucha fe, me la aumente y nos regale la salud a mi esposo y a mi para seguir sirviéndole y llevando su palabra donde no lo conocen.
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