Los discípulos que conocían la Escritura sabían de la promesa que el Señor había hecho por medio de los profetas: «En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos» (Jeremías 33, 15-16). El pueblo de Israel esperaba el cumplimiento de la promesa de Dios: deseaba tiempos de justicia y derecho, de salvación y tranquilidad.

Pero… ¿Cuándo se cumpliría la promesa del Señor? Violencia e injusticia estaban a la orden del día, y no daba la sensación de que las cosas fueran pronto a cambiar. Jesús, con lenguaje apocalíptico, recuerda entonces a sus discípulos que el Padre no se ha olvidado de su promesa: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Las adversidades no deben robar la esperanza de los discípulos. El «gran poder» y la «gloria» del Señor bastan para que los que están cabizbajos por el desaliento y la aflicción levanten la cabeza. ¡«Se acerca vuestra liberación»! No hay dolor ni miseria en el mundo que se imponga a la misericordia de Dios. Por eso, los discípulos están llamados a vivir con esta invocación en el alma: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Salmo 85, 8).
Jesús advierte, sin embargo, que existen cosas que pueden hacer olvidar la misericordia divina: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
El Señor quiere que sus discípulos vivan «despiertos en todo tiempo», que sus corazones no estén adormercidos por distracciones que solo reportan gozos efímeros. Jesús nos invita a pedir, a rezar, para que en la oración se fortalezca nuestra vida y, así, nos mantengamos «en pie», que es la postura de quien ha resucitado.
LECTURAS DEl I Domingo de Adviento
Primera lectura | Jeremías 33, 14-16 |
Salmo | Salmo 25 (24) |
Segunda lectura | 1 Tesalonicenses 3,12 – 4,2 |
Evangelio | Lucas 21, 25-28. 34-36 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Me dejo llevar por la tristeza y el desaliento ante mis preocupaciones y problemas? ¿Confío en la misericordia de Dios?
2. ¿Qué cosas atrapan mi atención? ¿Me distraen de lo esencial?
3. ¿Soy alma de oración? ¿Qué momentos de mi jornada dedico en exclusiva a hablar con Dios?
Mantenerme vigilante señor para alabarte , glorificar y ser fiel a tu mandato.
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