Él era un hombre joven, rico y bueno. Cualquiera diría que tenía todo lo necesario para ser feliz; él, sin embargo, notaba que le faltaba algo, pero no sabía que era… hasta que oyó hablar a Jesús. Percibió que aquel Maestro le podría enseñar a conseguir la plenitud que su alma ansiaba. En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».

Cristo y el joven rico, Heinrich Hofmann, 1889 (Iglesia Baptista de Riverside, Nueva York)

Al Señor no se le ocultaba la inquietud interior de aquel hombre joven. Sus deseos eran firmes y sinceros, pero había algo que los contaminaba: un amor propio muy sutil, que lo hacía centrarse excesivamente en sí mismo. Por esta razón, desde el principio, Jesús le hace dirigir la mirada hacia la fuente de la bondad misma: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios». Y, para invitarlo a salir de sí mismo, le recuerda los mandamientos referidos al amor al prójimo: «Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».

El hombre le replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Su voz sugería cierta decepción: ¿Acaso era eso lo único que podía enseñarle el Maestro? Ya él conocía los mandamientos y los cumplía, pero aún así notaba un vacío… Jesús se quedó mirándolo un tiempo, lo amó —¡cuánto quería el Señor que aquel hombre joven comprendiera que cada uno de esos mandamientos estaba inspirado en la caridad hacia el prójimo!—y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». ¡Esa era la causa del vacío! Al joven rico le faltaba, paradójicamente, vaciarse de sí mismo por amor a Dios y a los demás.

Tristemente, siguió sin comprenderlo y tristemente se marchó: A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico. La vida eterna no se hereda amontonando bienes, ni materiales ni espirituales; la lógica del Reino de Dios no consiste en acumular, sino en dar y darse. Por eso, Jesús advierte a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!… Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».

Los discípulos, sorprendidos por esa afirmación, se preguntaron: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Ellos, que no tenían grandes fortunas, sabían que Jesús no estaba excluyendo del Reino de Dios a quien tuviera riquezas materiales, sino a quienes poseyendo muchas o pocas se aferraban a ellas, negándose a ponerlas al servicio de los demás. Al igual que hizo con el joven rico, Jesús se les quedó mirando a sus discípulos —¿también ellos se fiarían más de sus propias fuerzas que de la gracia de Dios?— y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

Ante la fuerza de la mirada de Cristo, Pedro reconoció que, para ir detrás de Jesús, él y los demás apóstoles habían tenido que desprenderse de sus seguridades: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». El Maestro les promete que no les faltará nada y que serán ellos, los pobres de espíritu, quienes heredarán lo que tanto deseaba aquel hombre joven: la vida eterna. Jesús dijo: «En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».

LECTURAS DEL XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Leer

Primera lecturaSabiduría 7, 7-11
SalmoSalmo 90 (89)
Segunda lecturaHebreos 4, 12-13
EvangelioMarcos 10,17-30

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿En qué suelo poner mi felicidad?

2. ¿Soy generoso? ¿Estoy disponible para ayudar a mi prójimo con sus necesidades?

3. ¿Estoy desprendido de mis posesiones? ¿Pongo mis talentos al servicio de Dios y de los demás, o los reservo para mí?

Un comentario en “Una herencia valiosa

  1. Señor solo tu tienes vida en tu palabra enséñame como debo hacer cada día para heredar tu reino,aparta de mi toda codicia quiero seguirte según tu voluntad.

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