Mientras que algunas personas se acercaban a Jesús con una fe sencilla y humilde, no faltaban quienes lo hacían entre intrigas y suspicacias. Acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Algo les haría sospechar que el Maestro de Nazaret les respondería que no; así lo podrían acusar de ir en contra de lo establecido en la Ley de Moisés.

Cristo bendiciendo a niños pequeños, Charles Lock Eastlake, 1839 (Manchester Art Gallery)

Jesús, sin embargo, no estaba dispuesto a entrar en disputas estériles. Para dejarlos en evidencia, les replicó con una pregunta: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Si no respondían, aquellos fariseos quedarían como unos ignorantes de la Ley. Por eso, no tuvieron más remedio que contestar: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Si ya lo sabían, ¿por qué se lo habían preguntado a Jesús? El Señor había desmontado sus argucias fácilmente…

Pero a Jesús no le interesaba una victoria dialéctica; para él, lo de menos era haber frustrado el embrollo en que pensaban meterlo. Sobre todo, al Maestro le importaba la verdad, porque de ella dependía que los fariseos —y cualquier otro hombre— pudiera ser realmente libre y feliz. Les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

De los labios del Divino Maestro habían escuchado la verdad sobre el matrimonio: Dios, desde el principio, dispuso que hombre y mujer se unieran indisolublemente. Cuando los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo, ya en casa, Jesús reafirmó su enseñanza: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

El Señor no podía transigir con la actitud de vivir de espaldas a la verdad. Pero esta santa intransigencia no le restaba amabilidad; sus gestos rezumaban el cariño y la ternura de Dios. Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

LECTURAS DEL XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Leer

Primera lecturaGénesis 2, 18-24
SalmoSalmo 128 (127)
Segunda lecturaHebreos 2, 9-11
EvangelioMarcos 10, 2-16

PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR

1. ¿Me acerco a Jesús con fe? ¿Le pongo condiciones al Señor para ser su discípulo?

2. ¿Amo y busco la verdad? ¿Prefiero la mentira cuando me conviene?

3. ¿Valoro el Sacramento del Matrimonio? ¿Aprecio la virtud de la castidad?

Un comentario en “Santa y tierna intransigencia

  1. Señor Jesús que tu infinito amor permanezca en mi matrimonio bendicelo y que seamos una pareja misionera que no allá rencor, soberbia impaciencia odio en nuestros corazones.

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