Se encontraba Jesús en los límites de Galilea cuando le presentaron un hombre sordo, que, además, apenas podía hablar. Quienes acompañaban al enfermo le pidieron al Señor que le impusiera la mano para curarlo, como había hecho ya con tantos otros.

Jesús, amigo de encuentros personales, se llevó al hombre sordo aparte, a cierta distancia de la multitud, para estar a solas. El enfermo no podía escuchar a Jesús, tampoco podía hablarle; sin embargo, la profunda mirada del Señor lo tranquilizaba. Y así, tras unos segundos de solo mirarse entre sí, Jesús le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», que quiere decir «ábrete».
Al momento se le abrieron los oídos al enfermo, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Y no solo hablaba, sino que cantaba y alababa a Dios. Se hacían realidad las palabras del profeta Isaías: «Los oídos de los sordos se abrirán; […] y cantará la lengua del mudo» (Is 35, 5-6).
Llamó entonces Jesús a los acompañantes del hombre recién curado y les mandó que no lo dijeran a nadie. Así, con su ejemplo, enseñaba que no se debe hacer el bien para buscar el reconocimiento de los demás. No obstante, los beneficiados por su poder y por su misericordia no le obedecían: cuanto más les mandaba callar, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
LECTURAS DEL XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura | Isaías 35, 4-7a |
Salmo | Salmo 146 (145) |
Segunda lectura | Santiago 2, 1-5 |
Evangelio | Marcos 7, 31-37 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿Busco tener encuentros personales, «a solas», con Jesús?
2. ¿Rectifico mi intención cuando, al hacer una obra buena, pienso más en los reconocimientos que recibiré?
3. ¿Procuro, como Jesús, hacer bien lo que me corresponde? ¿Me dejo llevar por la mediocridad?