Cuando la multitud saciada por los panes y los peces que multiplicó Jesús se dio cuenta de que ni Él ni sus discípulos se encontraban en los alrededores, muchos se embarcaron hacia la otra orilla en su búsqueda. Pensaban que los podían hallar en Cafarnaún, ciudad en la que se veía a Jesús habitualmente.

Jerónimo Jacinto de Espinosa, Adoración de la Eucaristía, c. 1650 (Museo de Bellas Artes de Valencia)

Al encontrarlo, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí? No nos fijamos en qué momento te marchaste». Jesús les respondió: «¡Cuánto quisiera que me buscarais, no porque comisteis pan hasta saciaros, sino porque habéis identificado los signos que testifican que soy el enviado de Dios! Obrad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre».

Algunos de entre la multitud se marcharon, ofendidos porque Jesús les había echado en cara que lo buscaban solo por conveniencia. Otros, en cambio, se interesaron por el otro alimento del que el Maestro hablaba. Le preguntaron a Jesús: «¿Cómo hemos de obrar para obtener el alimento que perdura? ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».

«Esta es la obra de Dios —contestó Jesús—: que que creáis en el que Él ha enviado. El alimento que perdura para la vida eterna se obtiene por la fe en Mí». Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer»».

El comentario hirió a Jesús. El día anterior había multiplicado los panes y los peces para que ellos comieran… ¡y le pedían un signo! La multitud estaba dispuesta a seguirlo si saciaba su hambre, pero no a depositar su fe en Él. Para eso, les bastaba lo que leían en la Ley de Moisés. Por eso, Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».

No pocos se preguntaban de qué pan hablaba Jesús. Si el verdadero pan del cielo no era el maná, ¿cuál era? En cualquier caso, si Jesús podía dárselo, no podían desaprovechar la oportunidad. Varios le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan».

Jesús, entonces, les habló con claridad: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás. Debéis buscar no tanto las cosas que Yo os puedo dar, sino a Mí mismo: quien se une a Mí, ese es quien quedará saciado de verdad».

Lecturas del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Leer

Primera lecturaÉxodo 16, 2-4. 12-15.
SalmoSalmo 78 (77)
Segunda lecturaEfesios 4, 17. 20-24
EvangelioJuan 6, 24-35

Preguntas para meditar y orar

1. ¿Me considero seguidor de Jesucristo? ¿Por qué?

2. ¿Cuáles son mis peticiones en la oración? ¿Le pido al Señor amarlo más y unirme más a Él?

3. ¿Visito a Jesús en la Eucaristía? ¿Conozco las devociones eucarísticas principales?

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