Los discípulos le preguntaron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Jesús no respondió al instante. Sabía que se trataba de la última cena que compartiría con sus discípulos. Ellos, en cambio, ni se imaginaban el contraste entre la tranquilidad de Betania —aldea en la que se encontraban en aquel momento— y los acontecimientos turbulentos que vivirían al día siguiente en Jerusalén.

Tras un breve silencio, Jesús señaló a dos discípulos y les dijo: «Id a Jerusalén, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?».
Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparadnos la Pascua allí».
Aunque les pareció enigmática la respuesta, los dos indicados no pidieron más explicaciones. Marcharon enseguida y tras recorrer los dos kilómetros y medio que separan Betania de Jerusalén, llegaron a la ciudad. Allí, encontraron todo tal y como Jesús les había dicho: el hombre con el cántaro, la casa, la habitación grande en el piso de arriba… Después de hablar con el dueño, prepararon la cena de Pascua.
Jesús y los otros discípulos llegaron al atardecer. A la hora de la cena, se pusieron a la mesa. Mientras comían, Jesús tomó pan, y pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
Los discípulos captaron que aquella no era una cena como las demás. Nunca antes Jesús había hecho algo parecido: había identificado el pan con su cuerpo y el vino con su sangre, y se los había dado como alimento. ¡Se daba como alimento a sí mismo!
Para terminar la cena, Jesús entonó el himno que se acostumbraba cantar como cierre: el gran Hallel. Pronto, los discípulos se le unieron. El canto jubiloso llegó a su culmen en los últimos versos: «Él da alimento a todo viviente, porque es eterna su misericordia. ¡Dad gracias al Dios de los cielos!, porque es eterna su misericordia».
«Esto es mi cuerpo»: a saber, lo que os doy ahora y que ahora tomáis vosotros. Porque el pan no solamente es figura del Cuerpo de Cristo, sino que se convierte en este mismo Cuerpo
Teofilacto
Lecturas de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor
Primera lectura | Éxodo 24, 3-8 |
Salmo | Salmo 116 (115) |
Segunda lectura | Hebreos 9, 11-15 |
Evangelio | Marcos 14, 12-16. 22-26 |
Ecos de la Palabra de Dios
«Id a la ciudad: os saldrá al encuentro…» | 1 Samuel 10, 1-5 (leer). |
«Mientras comían, Jesús tomó pan…» | 1 Corintios 11, 23-25 (leer). |
«Después de cantar el himno…» | Salmo 136 (135) (leer). |
Preguntas para meditar y orar
1. ¿Soy dócil a las indicaciones de Jesús, aunque a veces no las entienda?
2. ¿Con qué frecuencia participo en la Santa Misa? ¿De qué manera la vivo?
3. ¿Le doy gracias a Dios por el don de la Eucaristía? ¿Acudo al Santísimo Sacramento para acompañarlo y adorarlo?