Un grupo de gentiles se agrupaba en torno al anciano apóstol Juan. Desde muy joven, Juan había seguido a Jesucristo y, cuando Él subió a los Cielos, dedicó todas sus fuerzas para cumplir con la doble misión que le había encargado el Señor: cuidar a su Madre, la Virgen María, y anunciar el Evangelio a toda la creación.

La luz del mundo, William Holman Hunt, 1853 (Keble College, Oxford)

Por eso, aunque notaba que en ocasiones le faltaba el aliento, Juan no dejaba de predicar cuando se le presentaba la oportunidad. Esta vez, se trataba de un grupo de gentiles, que lo cuestionaban diciendo: «¿Cómo puedes afirmar que un hombre que murió crucificado es Dios? ¡Los dioses no pueden morir! Tus creencias son absurdas».

Juan, con mucha calma, les respondió: «Jesús no era un simple hombre, sino que es el Verbo de Dios. En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Por medio de Él se hizo todo, y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. Ya en el mundo estaba, porque el mundo se hizo por medio de Él, pero el mundo no lo conoció.

» En el Verbo estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, pero la tiniebla no lo recibió. Entonces el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre viniendo al mundo. Sí, el Verbo vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron.

» Amigos, lo absurdo no es que Dios haya muerto, sino que nosotros lo hayamos entregado a la muerte. Lo absurdo es que revelándosenos de muchas maneras, en la creación, en la historia y en su Hijo Jesucristo, sigamos rechazándolo con tanta obstinación, que a fin de cuentas termina en perjuicio nuestro.

» Hubo quienes, sin embargo, sí le recibieron. Y a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, el Verbo les dio poder de ser hijos de Dios, hijos que no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

» De la plenitud del Verbo todos hemos recibido gracia tras gracia. Sí, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. ¡Que el Padre de la gloria nos dé espíritu de sabiduría para conocerlo e ilumine los ojos de nuestro corazón para comprender a la esperanza que nos llama en Jesucristo, el Verbo hecho carne!».

Puede ser que haya unos corazones insensatos, todavía incapaces de recibir esa Luz, porque el peso de sus pecados les impide verla; que no piensen, sin embargo, que la Luz no existe porque no la puedan ver: es que ellos mismos, por sus pecados, se han hecho tinieblas. Hermanos míos, es como si un ciego está frente al sol. El sol está presente, pero el ciego está ausente del sol

San Agustín

Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios

Papa Francisco

Texto del Evangelio

Juan 1, 1-18 (leer)

Lecturas de la Misa del II Domingo de Navidad

Primera lectura: Eclesiástico 24, 1-2. 8-12 (leer)

Salmo 147, 12-15. 19-20 (leer)

Segunda lectura: Efesios 1, 3-6. 15-18 (leer)

Otras citas bíblicas para meditar

Sabiduría 18, 14-15 (leer).

1 Timoteo 3, 16 (leer).

Romanos 1, 16-17 (leer).

Preguntas para orar

1. ¿Creo en Jesucristo? ¿En qué aspectos de mi vida reconozco que aún me falta fe?

2. ¿Anuncio el Evangelio con todas mis fuerzas?

3. ¿Le pido a la Virgen María que me ayude a fortalecer mi fe y mi espíritu de misión?

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