El arcángel Gabriel vuela presuroso a Nazaret, un pequeño poblado de la región de Galilea. Sabe que el Señor Dios le ha encargado una misión importante. Por fin, el misterio mantenido en secreto durante siglos va a ser manifestado; no a un rey, no a un príncipe, no a un sabio, sino a una joven virgen nazarena, llamada María.

La Anunciación, El Greco, 1576 (Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid)

Al entrar en su presencia, Gabriel estalla de gozo interior: ¡Qué sencillez la de María! Pero, a la vez, de esa apariencia humilde se desprende un aire de majestuosidad sublime. El arcángel no puede contener su júbilo y, conociendo la raíz de aquella humilde grandeza, exclama: «¡Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo!».

La virgen nazarena se turba: ¿Por qué el embajador divino la saluda de esa manera a ella, una pobre joven galilea? ¡Nunca la Escritura dijo de profeta, rey o sacerdote que fuera lleno de gracia! ¿Quién era ella para ser llamada así?

Gabriel la tranquiliza: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús». María medita en su corazón las palabras que acaba de oír… El arcángel exalta al niño que ha de nacer: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

María, en su sencillez, parece no prestar atención a los títulos y honores, que a las claras señalan que el hijo anunciado es el Mesías prometido por el Señor. Ella se concentra en lo primero; sí, está desposada con José, pero su propósito ante Dios es permanecer virgen… La duda, sin embargo, no se asoma ni un instante en su alma: el Señor todo lo puede. Por eso, no pregunta si es posible que ella conciba, sino la manera en que se dará: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».

El arcángel Gabriel le responde: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios». Y, para confirmar su fe en el Señor, le dice: «También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».

Ahora es María la que estalla en júbilo interior: ¡Qué grande y bueno es Dios, que se fija en la pequeñez de su criatura! Entonces, le da su consentimiento al arcángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y Gabriel, si había venido presuroso adonde María, más presuroso vuela hacia su Señor, a sabiendas que en ese momento también Él se encontraba en el vientre de la humilde virgen nazarena.

Desde toda la eternidad, la eligió y la señaló como Madre para que su Unigénito Hijo tomase carne y naciese de ella en la plenitud dichosa de los tiempos; y en tal grado la amó por encima de todas las criaturas, que sólo en Ella se complació con señaladísima complacencia

Beato Pío IX

Texto del Evangelio

Lucas 1, 26-38 (leer).

Lecturas de la Misa del IV Domingo de Adviento

Primera lectura: 2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16 (leer)

Salmo 89 (88), 2-5. 27. 29 (leer)

Segunda lectura: Romanos 16, 25-27 (leer)

Otras citas bíblicas para meditar

Isaías 7, 14 (leer)

Isaías 45, 8 (leer)

Zacarías 2, 14 (leer)

Preguntas para meditar

1. ¿Soy consciente de que sin María no puedo ser un buen discípulo de Jesús?

2. ¿Estoy dispuesto siempre a servir, como hijo de la esclava del Señor?

3. ¿Digo que sí a Dios con valentía, como lo hizo la Virgen?

Un comentario en “Humilde virgen nazarena

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