Los comentarios llegaron a los líderes religiosos del pueblo. Las multitudes acudían al desierto para ver, a orillas del río Jordán, a un hombre llamado Juan, que predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Muchos estaban cautivados con su figura; decían que Juan era el Elías que tenía que venir, el Profeta, e incluso algunos afirmaban que él era el Mesías.

Preocupados, los líderes religiosos enviaron a algunos sacerdotes y levitas para interrogar a Juan: ¿Quién era ese hombre al que no conocían? ¿Sería un impostor? ¿Cómo se atrevía a bautizar? Si realmente era el Mesías, ¿por qué no sabían absolutamente nada sobre él?
Al llegar donde el Bautista, los sacerdotes y levitas le preguntaron: «¿Tú quien eres?». Juan, intuyendo lo que pensaban, les respondió: «Yo no soy la luz, sino que doy testimonio de la luz. Por eso, confieso que yo no soy el Mesías».
Los enviados replicaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías? ¿Eres tú el Profeta?». Juan contestó: «¿Por qué os interesáis por mí? ¿No os he dicho que yo no soy la luz? No soy nadie importante: no soy ni Elías ni el Profeta».
Los sacerdotes y levitas se extrañaron: ¿Por qué las muchedumbres estaban tan entusiasmadas con un hombre que no reivindicaba ser alguien importante? Como sabían que no podían regresar sin respuesta, preguntaron a Juan: «¿Qué dices de ti mismo entonces?». Juan replicó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor»».
«Y si tan solo eres eso —le contestó uno de los enviados—, ¿por qué bautizas?». «Yo bautizo solo con agua —contestó Juan—. En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. ¡Él es el importante! Mi testimonio no es sobre mí, sino sobre Él, que bautizará con Espíritu Santo».
Todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo del que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación, de tal manera que todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre
Concilio Vaticano II
Evangelio del III Domingo de adviento
Juan 1, 6-8; 19-28 (leer).
Lecturas del III Domingo de Adviento
Primera lectura: Isaías 61, 1-2. 10-11 (leer).
Salmo responsorial tomado de Lucas 1, 46-50. 53-54 (leer).
Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 5, 16-24 (leer).
Otras citas bíblicas para meditar
Filipenses 4, 4-5 (leer).
Isaías 35, 4 (leer).
Gálatas 6, 14 (leer).
Preguntas para orar
1. ¿Sobre quién doy testimonio: sobre mí mismo o sobre Jesucristo?
2. ¿Me inquieto cuando no soy el centro de atención de los demás?
3. ¿Siento envidia hacia alguien? ¿Admiro las cualidades de mis hermanos?
Anunciar a Dios con mí vida y amar a mí hermano, a si como Dios me ama.
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