El sumo sacerdote y los ancianos del pueblo ardían de ira. No podían permitir que Jesús dijera de ellos que de boca para afuera se jactaban de ser muy creyentes y de pertenecer al pueblo elegido, pero que su corazón y sus obras estaban lejos de Dios. ¿Quién se creía aquel hombre para juzgarlos?

«¿Sabéis cuál es vuestro problema? Que vivís pensando en vuestra gloria y no para gloria de Dios. Por eso, estáis tan obsesionados con vuestra apariencia y os encanta quedar bien ante los demás. Invertís todo vuestros esfuerzos y palabras en hacer creer a los hombres que sois buenos y no hacéis nada para dar frutos de verdad. En verdad os digo que el Señor no quiere palabras bonitas, sino obras».
Jesús hablaba con franqueza y sin temor; quería que sus oyentes reaccionaran. Sin embargo, ellos no hacían más que acumular rabia y odio por dentro. Más de uno ya pensaba en matarlo.
Jesús les puso una parábola: «Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». Uno de los ancianos contestó: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Jesús asintió y dijo: «No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”. Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Texto del Evangelio
Mateo 21, 33-43 (leer).
Lecturas de la Misa del Domingo
Isaías 5, 1-7 (leer).
Salmo 80 (79), 9-20 (leer).
Filipenses 4, 6-9 (leer).
Otras citas bíblicas para meditar
1 Juan 3, 18 (leer).
Isaías 29, 13 (leer).
Santiago 2, 17-19 (leer).
Preguntas para orar
1. ¿Tengo como primera intención de mis acciones dar gloria a Dios?
2. ¿Soy egoísta? ¿Pongo mis talentos al servicio de los demás para que den frutos?
3. ¿Me dejo corregir? ¿Me lleno de rabia cuando me señalan mis errores?
Dios me invita a dar frutos bueno. Debo poner en práctica la palabra de Dios en mí día a día.
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