«Ánimo, muchachos, ya falta poco». Pedro aplaudía para alentar a sus diez compañeros. El camino cuesta arriba se hacía pesado en algunos tramos y a varios les faltaba el aire. Por fin, llegaron a la cima del monte, pero, en contra de lo que esperaban, no había nadie. Allí no estaba Jesús.

«¿Estáis seguros de que este es el monte que indicó el Señor para encontrarnos con Él?», preguntó Tomás entre jadeos. Nadie respondió. Las miradas iban de una dirección a otra, recorriendo las cimas de los montes vecinos, por si divisaban a Jesús. Soplaba un viento fuerte que los hacía entrecerrar los ojos, dificultando su búsqueda. Tomás repitió su pregunta.
Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra
Antes de que alguno pudiera responderle, el viento amainó y se oyó una voz. «Paz a vosotros». Para algunos no cabía duda: era Jesús. Corrieron en dirección hacia él y se postraron en adoración. Otros se dirigieron con cautela hacia el hombre que acababa de aparecer. Ciertamente, durante cuarenta días, tras la resurrección, el Señor se les había aparecido en varias ocasiones, pero ¿sí sería Él?
Jesús se acercó para que pudieran verlo bien. Enseguida notaron los agujeros de los clavos en las manos. Entonces les dijo: «Se me ha dado todo poder en el Cielo, a donde subo ahora, y en la tierra, a donde permaneceréis vosotros. Id pues y haced discípulos a todas las gentes». «¿Y cómo lo haremos?», preguntó Mateo. «Sí —reafirmó Pedro—, ¿cómo lo haremos si somos unos simples pescadores galileos?».
Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo
Jesús sonrió y respondió: «Haced discípulos a todos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y tranquilos, porque si bien subo al cielo, sabed que estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Bautizad y predicad en mi nombre, y yo obraré por medio de vosotros».
Jesús se acercó entonces a Pedro y le dijo: «Pedro, no temas. Os he elegido a vosotros, simples galileos, para que seáis pescadores de hombres. Id, lanzad las redes y la pesca será abundante».
Texto del Evangelio
Mateo 28, 16-20 (leer).
«Enseñad lo que os he mandado»
Hechos de los Apóstoles 1, 1-11 (leer).
Salmo 47 (46), 1-10 (leer).
Efesios 1, 15-23 (leer).
Lucas 5, 1-11 (leer).
Juan 15, 16 (leer).
Isaías 6, 8 (leer).
Preguntas para meditar y orar
- ¿Me doy cuenta de que mi meta es el Cielo, que Jesús me espera allí?
- ¿Soy consciente de la misión que me ha dado Jesucristo? ¿Dejo que Él obre en mí?
- ¿Me dejo llevar por las dudas? ¿Pongo a Jesús como excusa mis debilidades?
En contexto
El final del Evangelio de San Mateo deja constancia de la misión que Jesús dio a sus apóstoles. San Mateo no narra la Ascensión del Señor a los Cielos, pero sí lo hacen los otros evangelistas (Marcos 16, 19; Lucas 24, 50-53; y a su modo Juan 20, 17. También Hechos 1, 6-11). Corresponde a los apóstoles, a la Iglesia, la continuación de la obra de Jesucristo en la tierra, a través de los Sacramentos y la predicación.