Cleofás y su amigo caminaban en dirección a Emaús. Andaban a paso lento, casi arrastrando los pies. Todavía les parecía un sueño, o más bien una pesadilla, lo que había pasado en Jerusalén. Habían crucificado a Jesús de Nazaret y así se había esfumado su esperanza. Cleofás, su amigo y muchos más pensaban que Jesús liberaría a Israel de la opresión política y de la hipocresía religiosa.

«Es absurdo, Cleofás; no tenía sentido quedarnos en Jerusalén», le decía su amigo mientras andaban. «La Magdalena y las otras mujeres deliran; a Jesús lo torturaron, lo mataron y después de muerto le clavaron una lanza. Es imposible —se le quebró la voz— que esté vivo».
Nosotros esperábamos que él redimiera a Israel
«¿De qué venís hablando?». Los dos viajeros se giraron. No habían sentido cuándo y cómo aquel hombre se les había acercado. El amigo de Cleofás se llevó instintivamente la mano al puñal que llevaba bajo el manto. Cleofás miró con desconfianza al hombre, pero rápidamente le cambió el semblante; la tristeza se reflejó en sus ojos. Le preguntó al desconocido: «¿Eres tú el único que no sabe lo que pasó estos días en Jerusalén?». El hombre respondió: «¿Qué?».
El amigo de Cleofás se adelantó a contestar: «Lo de Jesús, el Nazareno, un profeta poderoso en obras y palabras, delante de Dios y de todo el pueblo. Nuestros sumos sacerdotes y magistrados lo condenaron a muerte y lo crucificaron». «Hace tres días que sucedió esto —continuó Cleofás—. Nosotros esperábamos que él redimiera a Israel, pero ya ves… El caso es que unas mujeres, discípulas de él, fueron al sepulcro hoy de madrugada y no hallaron el cuerpo. Dicen que unos ángeles se les aparecieron y les aseguraron que Jesús vivía. Algunos fueron a comprobarlo y efectivamente el sepulcro estaba vacío, pero a Jesús no lo vieron».
Quédate con nosotros
El hombre suspiró y exclamó: «¡Necios y torpes de corazón! —Cleofás y su amigo se sobresaltaron: ¿quién se creía aquel extraño para insultarlos?— ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, citándole las Escrituras, el hombre les explicó lo que en ellas se refería al Mesías. Los dos amigos estaban impresionados de la autoridad con que les hablaba.
Al llegar a la entrada de Emaús, el hombre se despidió. Cleofás le dijo: «No te vayas, quédate con nosotros, porque cae la noche y es peligroso viajar». Lo invitaron a cenar. Estando a la mesa, el hombre tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. A Cleofás y a su amigo se les abrieron los ojos: «¡Eres tú, Jesús!». Jesús desapareció de su vista. Cleofás vio el pan en sus manos y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!». Se lo comió y, sin demora, salieron a Jerusalén para contar a los demás lo que les había sucedido.
Texto del Evangelio
Lucas 24, 13-35 (leer).
¿Lees las escrituras para conocer al mesías?
Hechos 2, 22-33 (leer).
Salmo 16 (15), 7-11 (leer).
1 Pedro 1, 17-21 (leer).
1 Corintios 11, 23-32 (leer).
1 Corintios 15, 3-8 (leer).
Isaías 55, 8-9 (leer).
Preguntas para meditar y orar
- ¿Reconozco a Jesús en la Eucaristía? ¿Agradezco este don lo suficiente?
- ¿Tengo por costumbre leer la Biblia? ¿Con qué frecuencia lo hago?
- ¿Quiero que Dios se acomode a mis planes o me acomodo yo a los suyos?