«Esto es absurdo —el soldado se quejaba con uno de sus compañeros—. ¡Custodiar a un muerto por crucifixión! Por lo menos hoy terminaremos con esto…». «Mira, ahí vienen dos mujeres», lo interrumpió el otro soldado. En su rostro se dibujó una sonrisa maliciosa. «Vamos a ver qué quieren».

Cuando estaba a diez pasos de distancia, el soldado se dio cuenta de que las mujeres tenían los ojos enrojecidos. Lloraban. Claramente una era mucho menor que la otra: eran María Magdalena y María, la madre de Santiago, uno de los apóstoles de Jesús. Traían consigo unas vasijas llenas de aromas y ungüentos; venían a embalsamar el cuerpo de su Maestro.
No tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús
En las facciones de los soldados, que ya estaban a menos de cinco pasos, las dos discípulas vieron de todo menos compasión. El miedo se apoderó de ambas, pero, de repente, el suelo comenzó a temblar con intensidad; mujeres y soldados perdieron el equilibrio. Se escuchó, además, un fuerte impacto; una especie de rayo cayó sobre la piedra que tapaba el sepulcro y la movió un par de metros. Encima de la piedra quedó un halo de luz: era un ángel.
Los soldados se desmayaron. El ángel habló a las mujeres: «No tengáis miedo. Ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado como había dicho. Id a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a los discípulos que verdaderamente ha resucitado de entre los muertos. Irá delante de vosotros a Galilea, allí le veréis».
¡Alegraos: el Señor ha resucitado!
Tras ver el sepulcro vacío, las dos Marías salieron disparadas a dar la noticia a los discípulos. El miedo no había abandonado sus corazones, pero a la vez sentían una gran alegría; incluso reían. La risa, sin embargo, se esfumó cuando un hombre se cruzó en su camino. ¿Habría recuperado la conciencia algún soldado? «Paz a vosotras», les dijo el hombre. ¡Era Él, su Maestro, era Jesús! Se echaron a sus pies y los abrazaron. María, la madre del apóstol, exclamó: «¡Bendito y adorado seas, mi Señor!».
Jesús se agachó y las levantó. «No tengáis miedo. Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán». Y, de improviso, Jesús desapareció. Las dos discípulas reanudaron su marcha; en su corazones ya no había ni pizca de miedo. Al llegar adonde los apóstoles, gritaron: «¡Paz a vosotros! ¡Alegraos: el Señor ha resucitado!».
Texto del Evangelio
Mateo 28, 1-10 (leer).
la resurrección: luz que ilumina la historia
Génesis 1, 26-31 (leer)
Génesis 22, 1-18 (leer)
Éxodo 14, 15-31 (leer)
Salmo 118 (117), 19-24 (leer)
Isaías 55, 1-13 (leer)
Romanos 6, 3-11 (leer).
Preguntas para meditar y orar
- ¿Me he encontrado con Jesucristo resucitado? ¿He descubierto que Él está vivo?
- ¿Qué me llena de temor o angustia? ¿Escuchó a Jesús que me dice: ¡Paz!?
- ¿Soy misionero? ¿Cómo puedo llevar a los demás la alegría de la Resurrección?