Jesús escupió en el suelo. Con el dedo mezcló la saliva con la tierra hasta formar un poco de lodo y lo aplicó sobre los ojos del joven ciego que tenía enfrente. Le dijo: «Anda, ve y lávate en la piscina de Siloé».
Al lavarse, el joven comenzó a ver. No cabía en sí de alegría. Por primera vez, percibía el azul del cielo, el verde de las plantas y el color trigueño de su piel. La gente lo miraba con asombro: ¿no era ese el mendigo ciego que se sentaba a las afueras del Templo de Jerusalén? Algunos le preguntaron: «¿Cómo es que puedes ver?». El joven les contó lo que Jesús había hecho. Le preguntaron entonces dónde estaba Jesús, pero como no supo decirlo, un grupo de hombres lo llevó ante varios fariseos; ellos, que conocían la Ley y la cumplían, podrían dar razón de aquel milagro.
He venido para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos
Los fariseos oyeron con desdén la historia del mendigo. «Esto es una farsa —dijo uno de ellos—. Tú no naciste ciego». Entonces llamaron a los padres del joven; ellos confirmaron que su hijo había nacido ciego. Los fariseos, sin embargo, insistían en que todo era una pantomima e intimidaban al mendigo: «¡Da gloria a Dios y no mientas! El que tú dices que te curó es un pecador; si fuera de Dios, no sanaría en sábado». «Yo no sé si es pecador —les respondió—. Lo que sé es que yo no veía y ahora veo».
Uno de los fariseos le pidió que contara la historia de nuevo; estaba seguro de que se contradiría. El joven mendigo, agotado por su obcecación, contestó: «Ya os lo dije y no me habéis escuchado. ¿Acaso queréis oírlo de nuevo para haceros sus discípulos?». «¡Maldito pordiosero! —gritó otro de los fariseos—. Nosotros somos discípulos de Moisés. De ese no sabemos siquiera de dónde es». «Si él no fuera de Dios —observó el joven mendigo—, no me habría abierto los ojos». Lleno de ira, el fariseo le dijo: «Naciste en pecado, ¿y nos darás lecciones tú a nosotros? ¡Fuera de aquí!».
Si reconocieran su ceguera, no tendrían pecado
Al salir, el joven se encontró con Jesús. El Señor le preguntó: «¿Crees en el Hijo del Hombre?». «¿Quién es para que crea en Él?». Jesús le respondió: «A quien ves y quien habla contigo: Yo soy». El joven mendigo se postró y exclamó: «¡Creo, Señor!». Viendo a la gente a su alrededor, y entre ellos a los fariseos que habían juzgado al mendigo, Jesús dijo: «He venido para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos». Y, dirigiéndose a los fariseos, sentenció: «Si reconocierais vuestra ceguera, no tendríais pecado, pero vosotros decís: “Nosotros vemos”. Por eso vuestro pecado permanece».
Texto del evangelio
Juan 9, 1-41
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Preguntas para meditar y orar
- ¿Agradezco con alegría las maravillas que hace el Señor por mí?
- ¿Reconozco mis pecados? ¿Pido perdón a Dios en la confesión?
- ¿Doy testimonio de Jesucristo aunque me juzguen los demás?
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