La mujer llegó jadeando al pozo. Era mediodía. El sol resplandecía y calentaba sin clemencia. Para sorpresa de la mujer, un hombre con aspecto cansado se sentaba en el pozo; tenía el rostro bañado en sudor. Ella fingió no haberlo visto, pero él le suplicó: «Dame de beber».
Por su aspecto y acento, la mujer dedujo que era judío. Le preguntó: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?». El hombre esbozó una sonrisa y respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién te ha dicho “dame de beber”, más bien tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva».
El que beba del agua que Yo le daré no tendrá sed nunca más
La mujer lo observó: ¿sería un loco? Le dijo: «Pero si no tienes con qué sacar agua. ¿Cómo podrías darme de esa agua viva de la que hablas?». El hombre, señalando el pozo, le contestó: «Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de nuevo, pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, pues ese agua se convertirá en él en fuente que salta hasta la vida eterna». El hombre hablaba con convicción, y la mujer, al escucharlo, sentía un ardor que no sabía explicar. «Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí para sacarla», le pidió.
El hombre la miró a los ojos durante un tiempo prolongado. Finalmente, le dijo: «Anda, llama a tu marido y vuelve aquí». Ella respondió con rapidez: «No tengo marido». «Dices bien —confirmó el hombre—. Porque has tenido cinco y el de ahora no es tu marido». La samaritana se ruborizó y murmuró: «Veo que eres un profeta».
Tengo sed de almas que adoren en espíritu y en verdad
Se hizo entonces un silencio incómodo. Como él no decía nada más, la mujer comentó: «Nuestros padres adoraron a Dios en el monte Garizim, pero ustedes los judíos dicen que se debe adorar a Dios en Jerusalén». El hombre suspiró: «Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en el Garizim ni en Jerusalén adorarán al Padre; los verdaderos adoradores lo adorarán en espíritu y en verdad. Dios es espíritu y los que le adoran lo deben hacer en espíritu y en verdad». «Cuando venga el Mesías —apuntó la samaritana— nos anunciará todas las cosas». El hombre reveló entonces su identidad: «Yo soy, el que habla contigo».
A la mujer se le estremeció el corazón; se mezclaron en ella sentimientos de alegría y de arrepentimiento, de decepción de sí misma y de gratitud. Jesús le dijo: «Tengo sed de almas que adoren en espíritu y en verdad. Anda, dame de beber, y yo a su vez te daré del agua que te saciará a ti». La mujer se fue corriendo a su pueblo. Le llevaría almas al Señor, tantas que, como ella, necesitaban del agua viva y que asimismo podían saciar la sed del Mesías.
texto del evangelio
Juan 4, 5-42 (leer).
¿Bebes de la fuente de la palabra de Dios?
Juan 7, 37-39 (leer).
Juan 19, 28 (leer).
Éxodo 17, 1-7 (leer).
Salmo 95 (94), 6-9 (leer).
Romanos 5, 5 (leer).
Isaías 12, 3-6 (leer).
Preguntas para meditar y orar
- ¿Adoro al Padre en espíritu y en verdad? ¿Me contento con una fe superficial?
- ¿Sacio la sed del Mesías? ¿Llevo a los demás a encontrarse con Jesucristo?
- ¿Soy sincero? ¿Me dejo ayudar en la dirección espiritual?
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Iuvenes adorantes – La sed del Mesías (III Domingo de Cuaresma 2020)