Pedro miró a Santiago y a Juan. Ellos, como respuesta, asintieron con la cabeza. Había llegado el momento. Hacía casi dos meses que Jesús había resucitado; había subido a los Cielos quince días atrás y les había enviado el Espíritu Santo. Pedro carraspeó y dijo: «Muchachos, hay algo que deben saber».

Los otros once apóstoles se sentaron rápidamente a su alrededor. Solo Santiago y Juan parecían tranquilos; el resto mostraba gran expectación, sobre todo Matías, que había ocupado el lugar de Judas Iscariote. Pedro afirmó: «Hermanos: antes de que el Señor Jesús resucitara, Santiago, Juan y yo fuimos testigos de su gloria».

Su rostro resplandecía como el sol

La casa en la que se encontraban quedó en silencio absoluto. Tres meses atrás, las palabras de Pedro habrían causado una gran envidia. Ahora no. Movido por un sincero interés, Mateo preguntó: «¿Cuándo vieron su gloria?». Santiago se animó a responder: «Seis días después de que Jesús nos predijera su Pasión por primera vez, nos llevó a los tres al monte Tabor. Pensamos que, como en otras ocasiones, quería rezar con más sosiego…».

«Pero, de repente —Juan continuó con el relato—, en lo alto del monte, el aspecto de Jesús cambió por completo: su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y aparecieron dos hombres a su lado que conversaban con Él. Nadie nos lo dijo, pero sabíamos que eran Moisés y Elías».

Este es mi Hijo, el Amado

Los apóstoles escuchaban boquiabiertos. Pedro intervino: «Hermanos, era increíble la paz y la alegría que se sentían allí. Yo me atreví a preguntarle al Señor si quería que preparase tiendas para cada uno de ellos. Pero, mientras hablaba, una nube luminosa los cubrió y una voz desde la nube dijo: “Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escúchenle”. Fue tremendo. Caímos de bruces, llenos de espanto. Nos daba miedo alzar la mirada, hasta que sentimos a Jesús a nuestro lado. Nos dijo: “Levántense, no teman”. Estaba Él solo; nos pidió que no contáramos a nadie la visión hasta después de que Él resucitara».

Pedro calló unos segundos y concluyó: «Ahora comprendemos que Jesús nos anticipaba su gloria para prepararnos para su Pasión. “Levántense, no teman”: sus palabras aún resuenan en nuestros corazones… Nos esperan muchas dificultades, hermanos, pero contamos con el Espíritu Consolador; a través de cada uno de nosotros, pobres instrumentos, el Señor espera bendecir a todas las naciones».

texto del evangelio

Mateo 17, 1-9 (leer).

¿Escuchas a jesús? ¿lees su Palabra?

Génesis 12, 1-3 (leer).

Salmo 33 (32), 18-22 (leer).

2 Timoteo 1, 6-11 (leer).

Salmo 27 (26), 7-9 (leer).

Josué 1, 9 (leer).

2 Corintios 1, 3-7 (leer).

Preguntas para meditar y orar
  1. ¿Experimento la alegría y la paz de Dios? ¿Acudo al Espíritu Santo consolador?
  2. ¿Está siendo mi Cuaresma un itinerario de oración?
  3. ¿Soy consciente de la misión que Dios me ha regalado?
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Iuvenes adorantes – Levántate, no temas (II Domingo Cuaresma 2020 – versión Latinoamérica)

Iuvenes adorantes – Levántate, no temas (II Domingo Cuaresma 2020 – versión España)

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