El joven fariseo sintió las palabras de Jesús como caricia en sus oídos: «Les digo que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos». El nuevo maestro, Jesús de Nazaret, los ponía a él y a sus compañeros fariseos como medida de perfección: ¿acaso era posible que alguien tuviese una justicia mayor que ellos?
Con una sonrisa de autocomplacencia bien dibujada en su cara, el joven fariseo siguió escuchando a Jesús: «Han oído que se dijo: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero Yo les digo: Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que maldiga será reo del fuego del infierno».
Las palabras cayeron como un chorro de agua fría sobre el joven fariseo. Se acordó de aquel amigo al que no dirigía palabra desde hacía semanas por haber discutido con él y sintió cierto dolor en su corazón. ¿No era verdad que murmurar o insultar a su prójimo era otra manera de matarlo?
Han oído que se dijo: No cometerás adulterio
Jesús continuó con su discurso: «Han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero Yo les digo que todo el que mira a una mujer deseándola lujuriosamente ya ha cometido adulterio en su corazón».
El joven fariseo pensó en su prometida. Sí, podía decir que nunca le había sido infiel, y sin embargo… ¡cuánta infidelidad interior! Aquellas miradas disimuladas pero pícaras a otras mujeres; aquellos pensamientos impuros consentidos; aquellas conversaciones vacías de amor y llenas de impudor…
Han oído que se dijo: No jurarás en vano
«Han oído que se dijo: “No jurarás en vano”. Pero Yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios, ni por la tierra, que es el escabel de sus pies. Que su “sí” sea un “sí” de verdad; que su “no” sea un “no” de verdad. Lo que exceda de esto viene del Maligno».
¿Invocar el nombre del Altísimo para justificar una mentira? ¡Nunca! El joven fariseo jamás lo había hecho. No obstante, sabía que había dicho muchas mentiras en asuntos supuestamente “sin importancia”; o que había sostenido “medias verdades” que no dejaban de ser “medias mentiras”. ¿Cómo podía haber engañado así tantas veces a sus padres, a sus amigos, a sus colegas? No podía seguir actuando con doblez o hipocresía.
Sí, le faltaba una justicia mayor
El joven fariseo miró a Jesús: con los ojos le suplicaba perdón a quien de ahora en adelante sería su Maestro. Jesús, al ver su arrepentimiento de corazón, inclinó ligeramente la cabeza, dándole a entender que Dios le perdonaba. Las lágrimas corrían por su rostro. ¡Qué cierto era! Le faltaba una justicia mayor que la de cualquier fariseo, la que solo podía darle el Señor con su perdón y misericordia.
texto del evangelio
Mateo 5, 17-37 (leer).
¿QUé tiene dios para decirte?
Salmo 119 (118), 1-16 (leer).
Eclesiástico 15, 16-21 (leer).
1 Corintios 2, 6-10 (leer).
Gálatas 5, 18-23 (leer).
Romanos 13, 13-14 (leer).
Éxodo 20, 1-17 (leer).
Preguntas para meditar y orar
- ¿Pido al Señor finura de conciencia? ¿Quito importancia a los pecados “pequeños”?
- ¿Tengo resentimiento contra alguien? ¿Cómo vivo la pureza y castidad?
- ¿Actúo con doblez o hipocresía? ¿Me acostumbro a las mentiras “piadosas”?