El muchacho se acercó a Jesús. Temía darle la noticia. «Lo aprecia tanto… —pensaba—. ¿Cómo reaccionará?». Finalmente se decidió. «Jesús… ». No le salían las palabras, pero tenía que decírselo. Ya. Lo susurró rápido: «Herodes ha encarcelado a Juan el Bautista».
La vista del muchacho estaba fija en el suelo; no se atrevía a mirar a Jesús a los ojos. Pasaron los segundos… Nada, ninguna respuesta. Alzó la mirada. El semblante con el que se encontró le transmitía sentimientos encontrados. Por una parte, parecía que Jesús ya sabía que habían encarcelado a su primo, no se le veía sorprendido; al contrario, reflejaba serenidad, calma. Pero, por otra parte, sus ojos expresaban un dolor profundo, una tristeza interior… y, no obstante, no le quitaba la paz.
Solo quien ama la verdad escucha mi voz
El chico no estaba seguro de si debía decir algo. Para suerte suya, fue Jesús quien rompió el silencio: «Amigo, quien no está dispuesto a escuchar la verdad no puede escuchar a Dios. Solo quien ama la verdad escucha mi voz. Quien desea vivir en las tinieblas aborrece la luz, porque no quiere convertirse». El muchacho estaba confundido: no esperaba en absoluto aquellas palabras. ¿Por qué Jesús no decía nada de Juan? ¿No le importaba que estuviera en la cárcel? ¿Será que no lo había escuchado bien? Se atrevió a repetir su mensaje: «Jesús, tu primo Juan está en la cárcel».
Jesús asintió. «Lo sé, amigo. Juan es testigo de la luz. Si Herodes no amara las tinieblas, no lo tendría encarcelado. Me duele la injusticia cometida contra Juan; me duele la ceguera de Herodes…». El muchacho se quedó pensativo y de repente abrió los ojos como platos: ¡Conque ese era el sentido! Sí, a Jesús le entristecía la injusticia cometida contra Juan, pero estaba tranquilo porque el Bautista amaba la verdad, era testigo de la luz. Y allí, en la cárcel, seguiría siendo testigo de la luz para Herodes, podría ser para él motivo de conversión, una constante llamada a salir de las tinieblas…
Vosotros sois la luz del mundo
«Amigo —la voz de Jesús sacó al chico de su ensimismamiento—, conviene que la luz ilumine a todo aquel que habita en las sombras del pecado y de la muerte. Ahora marcho a Galilea a predicar el Reino de los Cielos; confío en que tú animarás y confortarás a Juan. Ten por cierto que él, tú y todo aquel que acoge mi llamada son luz para el mundo, lámpara que disipa las tinieblas».
texto del evangelio
Mateo 4, 12-23 (leer).
Dios te habla: ¿Le escuchas?
Mateo 5, 14-16 (leer).
Juan 1, 1-13 (leer).
Juan 3, 19-20 (leer).
Juan 8, 12 (leer).
Juan 18, 37 (leer).
Salmo 119 (118), 105 (leer).
Preguntas para meditar y orar
- ¿Soy sincero y transparente? ¿Digo la verdad aunque me cueste?
- ¿Soy misionero? ¿Transmito con mi vida, mis obras y mis palabras la luz de Cristo?
- ¿Renuevo, cada día, mi deseo de conversión?