Transcurre la historia de la salvación: se suceden Adán, Abraham, Jacob, Moisés, David, Isaías… Al mismo tiempo, pero fuera del tiempo de los hombres, los coros angélicos alaban y adoran al Dios Uno y Trino, a la vez que velan por la humanidad. Pero ni ángeles ni hombres prevén que ha llegado el momento tan anhelado por la Trinidad: el Hijo, el Verbo, se hará carne para la redención de las criaturas.

El arcángel Gabriel recibe instrucciones: ha de ir a una aldea insignificante de Galilea, a Nazaret, a anunciarle a una joven virgen llamada María que será Madre de Dios. El arcángel alaba gozoso a su Creador cuando tiene conocimiento del don singular que el Señor ha concedido a esta doncella: por gracia y privilegio divino ha sido concebida sin pecado y se mantiene toda limpia, toda pura, toda hermosa.
Sin tardanza, se presenta Gabriel ante María con reverencia, reconociendo en ella la imagen intacta de quien lo envía. La saluda: «Dios te salve, llena de gracia —con qué júbilo profiere estas palabras—, el Señor está contigo». La joven virgen se turba, no entiende: ella, tan pequeña, tan pobre, ¿llena de gracia?
¡No temas! Has hallado gracia ante Dios
El arcángel la tranquiliza: «No temas, María. Has hallado gracia ante Dios». Y, enseguida, anuncia su noticia: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin».
El corazón de María late fuerte; sin embargo, no duda: el Señor ha querido fijarse en su pequeñez. En su interior acepta y solo pregunta por el modo en que se dará todo: «¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?». Gabriel responde: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios».
María se estremece en su interior: ella piensa no ser digna, no puede ser que su Señor la haya elegido. El arcángel continúa: «Ahí tienes a Isabel, tu pariente, que en su ancianidad ha concebido un hijo: ya está en el sexto mes la que llamaban estéril, porque para Dios no hay nada imposible».
María permanece en silencio. Medita. Para Dios no hay nada imposible. Exclama: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Gabriel se retira jubiloso y reverente. Los coros angélicos estallan en glorias y alabanzas. Los hombres ignoran aún lo ocurrido. La Trinidad se complace: el Hijo habita ahora en las entrañas inmaculadas de María.
LECTURAS DE la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
Primera lectura | Génesis 3, 9-15. 20 |
Salmo | Salmo 98 (97) |
Segunda lectura | Efesios 1, 3-6. 11-12. |
Evangelio | Lucas 1, 26-38 |
PREGUNTAS PARA MEDITAR Y ORAR
1. ¿De qué maneras agradezco a Dios por el don que me ha hecho en la Virgen María?
2. ¿Pido a Dios un corazón puro y humilde?
3. ¿Comprendo lo que significa el pecado? ¿Pido perdón al Señor en la confesión?
El evangelio me lleva. Pensar
Soy humilde
Soy sencilla
Y recibo lo que viene De Dios con obediencia???
Señor dame un corazón humilde lleno de tu amor
Para reflejar tu presencia en mi vida en todo momento
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