Aquella tarde Jesús se encontraba en la plaza. En torno a Él se habían reunido personas de toda clase: fariseos bien vestidos y campesinos sudados por la dura jornada; escribas doctos y pescadores analfabetos; publicanos, meretrices y algún que otro extranjero… Todos oían con atención las enseñanzas del Maestro.

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A lo lejos, un pequeño grupo de fariseos y escribas murmuraba: «¿Cómo puede este hombre ser un profeta? Recibe a los pecadores y come con ellos». Uno de ellos, para desacreditar a Jesús, gritó en dirección hacia donde estaban Él y sus oyentes: «¡Farsante!». Jesús interrumpió su discurso. Invitó entonces a quien le había gritado y a sus acompañantes a acercarse. Ellos, con cierto recelo, se aproximaron y antes de que Jesús pudiera decir algo, uno le preguntó: «Maestro —pronunció esta palabra con algo de sorna—, ¿qué haces en medio de estos publicanos y pecadores?».

El Cielo se alegra con la conversión de un pecador

Al oír esto, una de las oyentes de Jesús —una prostituta— bajó su rostro. Las lágrimas regaban sus mejillas. El Maestro la vio y lo mismo hicieron quienes lo cuestionaban. Jesús le levantó el rostro y dijo en voz alta de modo que todos lo oyeran: «Hija, tus pecados te son perdonados».

La mujer dirigió su mirada a Jesús. Él le sonrió y después habló a los fariseos y escribas que murmuraban contra Él: «Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, deja las noventa y nueve, y busca la que se le perdió. Y cuando la encuentra se llena de alegría». Luego pidió una moneda a un publicano, la tomó con sus dedos y dijo: «Y si se les pierde una moneda, también se alegran cuando la hallan. Pues en verdad les digo: Mi alegría es encontrar a quienes se han extraviado en el pecado».

La Voluntad de Dios es salvar lo que está perdido

«Maestro, a Dios le repugna el pecado: no puede complacerse en aquellos que pecan», le respondió uno. Jesús miró a la mujer que había bajado el rostro y dijo: «Los pecadores se arrepienten y el cielo se alegra con su conversión. Pero parece que algunos no lo hacen…». Entonces Jesús les contó la parábola del hijo que malgastó su herencia viviendo lujuriosamente, pero que volvió arrepentido donde su padre: este se alegró con su regreso, pero su hermano mayor recibió la noticia con rabia y envidia.

A Dios le alegra la conversión del pecador. Él no premia el pecado, pero tampoco se complace en condenar. Su Voluntad es salvar lo que está perdido.

Texto bíblico base

Lucas 15, 1-32 (leer).

Dios te habla: ¿Le escuchas?

Antiguo Testamento

Éxodo 32, 11-14 (leer).

Salmo 51 (50) (leer).

Nuevo Testamento

Juan 3, 17 (leer).

Juan 12, 47-50 (leer).

Romanos 14, 13 (leer).

1 Timoteo 1, 12-16 (leer).

Preguntas para meditar, reflexionar y orar
  1. ¿Hablo mal de los demás? Si tienen un defecto, ¿les ayudo con amor a corregirlo?
  2. ¿Envidio cuando a los otros les va bien? ¿Me alegran los logros de mi prójimo?
  3. ¿Soy misionero? ¿Busco al extraviado? ¿Desprecio a quien no piensa como yo?

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