El sacerdote observaba desde la ventana de la casa cural la plaza del pueblo. Estaba casi vacía. ¿A quién podría ocurrírsele, con el sol del medio día, sentarse en una de las bancas de la plaza? ¿Quién podría soportar tanto calor? Pues allí estaba Franky, con su gorra puesta, hablándole al vacío. «Loco tenía que ser», pensó el cura.

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A lo lejos, el sacerdote vio que un seminarista venía hacía la casa. Pasó al lado de Franky, pero no se fijó en él. De repente, Franky le gritó: «Eh, tú, para. Tengo poderes para hacerte desaparecer». El seminarista se detuvo y lo miró. «Dame agua o te desaparezco», le dijo Franky. «Atrévete», le dijo el seminarista, que siguió su camino con una sonrisa burlona en sus labios.

¿Has olvidado la parábola del Buen Samaritano?

El sacerdote escuchó cuando el seminarista tocó el timbre de la casa, pero siguió mirando a Franky a través de la ventana. Este había cogido una botella del suelo y había intentado beber, pero estaba vacía. Se disponía ya para ir a abrir la puerta, cuando vio que una anciana se acercaba donde estaba Franky, se sentaba a su lado y le ofrecía una botella de agua. Comenzaron a conversar. El sacerdote contemplaba sorprendido la escena: aquella anciana era su madre y él estaba seguro de que ella no estaba loca.

Le abrió la puerta al seminarista y él se dirigió hacia donde estaban Franky y su madre. El sol era abrasador. «Madre, ¿qué haces aquí? ¿No ves que este sol y este calor te harán daño? ¿De qué puedes estar hablando con este loco?». Su madre lo miró con seriedad: «Hijo. ¿Has olvidado la parábola del Buen Samaritano? Franky —“este loco” como lo llamas tú— siente sed como nosotros y, aunque solo diga “locuras”, necesita que alguien se las escuche. Sí, ya sé que no resuelvo ninguno de sus problemas oyéndolo: pero creo que tratarlo mal o con indiferencia no son mejores opciones». Cuando calló su madre, Franky le gritó al sacerdote: «Padre, ¿sabe que tengo poderes para hacerlo desaparecer? ¡Deme su bendición o lo desaparezco!».

Cristo espera de sus discípulos obras de amor

Jesús nos enseñó que el segundo mandamiento más importante es amar al prójimo. Ser buenos cristianos no es cuestión de puestos, de etiquetas o de ser miembro de un grupo: no basta con ser sacerdote, religiosa, seminarista, laico comprometido en la parroquia o pertenecer a un grupo de oración juvenil. Cristo espera de sus discípulos obras de amor: hacia Dios y hacia el prójimo. ¿Y quién es mi prójimo? Tu padre, tu hermana, tu amigo, tu vecina, el «loco» de la plaza: todo aquel que necesite de tu amor.

texto bíblico base

Lucas 10, 25-37 (leer).

textos bíblicos de apoyo

Antiguo Testamento

Eclesiástico (Sirácida) 4, 1-6 (leer).

Isaías 25, 4 (leer).

Nuevo Testamento

Mateo 25, 31-46 (leer).

Juan 13, 34-35 (leer).

1 Corintios 9, 22 (leer).

1 Juan 3, 18 (leer).

Preguntas para meditar, reflexionar y orar
  1. ¿Soy cristiano de nombre? ¿Mis obras son coherentes con mi fe en Jesús?
  2. ¿Cómo trato a mis familiares? ¿Vivo la caridad con mis amigos?
  3. ¿De qué manera ayudo a los más necesitados? ¿Veo a Jesús en los más pobres?

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