Los discípulos recogían las sobras. Jesús había multiplicado los panes y los peces para más de cinco mil personas y no quería que nada se desperdiciara. Él mismo, después de despedir a la multitud saciada, ayudó a recoger. Estaban cansados, ya era de noche, pero el Maestro se retiró para orar a solas. Los discípulos lo contemplaban. De repente, Jesús se dirigió a ellos y les dijo: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

gloria-celestial

Ellos, que habían repartido el pan a la gente, habían escuchado los comentarios. Unos decían que Jesús era Juan Bautista resucitado, otros que un profeta, otros que Elías. Jesús entonces les preguntó: «Y para ustedes, ¿quién soy yo?». Pedro tomó la palabra y exclamó: «¡Tú eres el Mesías, el Cristo!». Jesús les ordenó que no lo dijeran a nadie.  Además, les explicó que debía sufrir mucho y morir, antes de ser glorificado. Los apóstoles se negaban a creerlo: entre ellos, el mismo Pedro.

Y para ustedes, ¿quién soy yo?

Ocho días después, Jesús se llevó a Pedro y a dos apóstoles más —Santiago y Juan— al Monte Tabor. Como era su costumbre, comenzó a orar. Mientras rezaba, el aspecto de Jesús cambió: brillaba intensamente y a su lado aparecieron Moisés y Elías. Pedro, Santiago y Juan veían extasiados a su Maestro resplandeciente de gloria. No querían que se acabara lo que estaban viviendo. De repente, una nube los envolvió a todos y una voz dijo: «Este es mi Hijo, el elegido. Escúchenlo». Tras esto, los discípulos vieron que Jesús estaba solo y que había recobrado su apariencia normal.

En la Cuaresma nos preparamos durante cuarenta días para vivir el Misterio Pascual: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Es un tiempo en el que estamos llamados a cultivar de manera especial nuestro espíritu de sacrificio, penitencia y mortificación, para identificarnos más con la Cruz de Jesús; pero, a la vez, no debemos olvidar hacia dónde nos lleva esa misma Cruz: a la gloria de Dios.

No debemos olvidar que la cruz nos lleva hacia la gloria de Dios

Por eso, junto con la penitencia, es bueno que en Cuaresma se intensifique nuestra oración: en ella podremos escuchar al Hijo de Dios, al elegido, al que ya ha sido glorificado. Si lo contemplamos a Él como hicieron Pedro, Santiago y Juan, experimentaremos tanta alegría interior que no querremos irnos de su presencia.

Unámonos a la oración de Jesús. Por su gracia, seremos colmados de felicidad y consuelo, y tendremos las fuerzas necesarias para cargar con la cruz de cada día: nos espera la gloria celestial.

texto bíblico base

Lucas 9, 28-36

textos bíblicos de apoyo

Antiguo Testamento

Éxodo 33, 18-23

Salmo 24 (23), 7-10

Nuevo Testamento

Juan 1, 14

2 Corintios 4, 6

Filipenses 3, 20-21

2 Pedro 1, 16-18

Preguntas para meditar, reflexionar y orar
  1. ¿Amo la Cruz de Jesús? ¿Hago pequeños sacrificios por amor al Señor?
  2. ¿Con qué frecuencia oro? ¿Procuro contemplar a Jesús?
  3. ¿Vivo para la gloria de este mundo o para la gloria celestial?

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