Un niño llegó corriendo adonde María: «¡Casi matan a Jesús!», gritó. La Virgen quedó paralizada. «¡¿Cómo?! ¿Por qué? ¿Qué pasó?». «Estaba enseñando en la sinagoga y al parecer dijo algo que no le gustó a la gente. Entonces se lo llevaron a empujones al barranco, querían despeñarlo… Pero Jesús se escabulló. Ya se fue de Nazaret».
María recordó las palabras que treinta años atrás le había dicho el anciano Simeón: «Tu hijo será signo de contradicción —y a ti misma una espada te atravesará el alma—, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones». Como la vez en que el Niño se le había perdido, María sentía ahora el filo de esa espada. Su hijo, Jesús, era admirado por algunos, pero otros lo rechazaban con ira. ¡Casi lo matan despeñado!
Que nuestra manera de ser o de obrar nunca suponga una persecución a Jesús
Jesús fue despreciado en su tierra. A pesar de la aprobación inicial —cómo no admirar a un paisano que era famoso en otros lugares—, no lo miraban del todo bien por ser el hijo de José, un humilde carpintero. ¿Podría realmente ser un profeta, un maestro… el Mesías? Además, Jesús se había atrevido a echarles en cara su incredulidad interior, su falta de fe: «Ningún profeta es bien recibido en su tierra. Por eso, a veces los extranjeros —como la viuda de Sarepta o Naamán, el sirio— reciben los favores de Dios».
El rechazo hacia Jesús puede tener múltiples causas: su doctrina es considerada falsa porque no se adapta al mundo, o simplemente ingenua; sus enseñanzas son vistas como exigentes e irrealizables; su ejemplo nos pone de frente nuestra soberbia, nuestra pereza, nuestra lujuria, nuestra avaricia —en definitiva, nos hace ver nuestro pecado— y eso nos genera aversión hacia Él y su Evangelio, porque no queremos corregirnos.
Bienaventurados los perseguidos en nombre de Jesús
Así como Jesús sufrió el rechazo, sus seguidores podemos experimentar desprecio y persecución cuando decidimos seguirlo a Él. Si esto ocurre, es el momento de unirnos al dolor de Cristo y pedir que aumente nuestro amor por Él y por el prójimo, también por el que nos ataca: como a la Virgen, una espada nos atraviesa el corazón, pero ese corazón —como el de Ella— responde con un amor fuerte y misericordioso.
Que nuestra manera de pensar o de comportarnos nunca suponga —explícita o implícitamente— una persecución a Jesús. Y, si somos nosotros los perseguidos, pidamos fortaleza y alegrémonos, porque Jesús nos llama «bienaventurados».
texto bíblico base
Lucas 4, 21-30
textos bíblicos de apoyo
Antiguo Testamento
Salmo 71 (70)
Jeremías 1, 17-19
Nuevo Testamento
Mateo 5, 10-11
Hechos de los Apóstoles 9, 1-9
Romanos 12, 14
2 Timoteo 3, 12
Preguntas para meditar, reflexionar y orar
- ¿Rechazo a Jesús cuando alguna de sus enseñanzas me contraría?
- ¿Mantengo la paz y la alegría cuando me atacan por mi fe en Jesús?
- ¿Rezo por los cristianos que sufren una persecución cruel?
no siempre es fácil aceptar con alegría y con tanquilidad la persecución que hacen por nuestra fe, pero creo que si es por tal motivo, el mismo Jesús nos da la fortaleza que necesitamos para continuar en dirección a Él.📿🤗
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