Los soldados se burlaban de Jesús. Le habían puesto encima un manto de púrpura —símbolo de la dignidad real— y, en la cabeza, una corona de espinas. Con una caña, que representaba el cetro real, le pegaban en la cabeza. Una vez. Otra más. También lo abofeteaban y le escupían. Se arrodillaban ante Él y le decían con sorna: «¡Salve, rey de los judíos!». Él, Cristo Rey, callaba. Oraba. Perdonaba.
A lo lejos, uno de los soldados, atónito, observaba el escarnio. «¿Qué clase de rey es este?», se preguntaba. Él había escuchado en el interrogatorio que Jesús había dicho a Pilato que Él era Rey, pero que su reino no era de este mundo. Además, Jesús había afirmado algo un poco enigmático: «Yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Juan 18, 37). El soldado se cuestionaba como Pilato: «¿Qué es la verdad? ¿Acaso existe la verdad? ¿Qué tiene que ver la verdad con ser rey?».
Jesús es un rey tremendamente manso y humilde
Jesús es Rey, es Cristo Rey. Pero a Él le gusta reinar de una manera peculiar. No reina al estilo del mundo, a nuestro estilo. No es presuntuoso, ni engreído, aunque tenga motivos para enorgullecerse. No echa en cara títulos ni privilegios. No impone, aunque tenga poder y derecho para hacerlo. No busca la fama ni ser aclamado, aunque merezca toda la alabanza. Él es tremendamente manso y humilde.
El Reino de Jesús no puede medirse según los criterios mundanos. Sus triunfos no consisten en aplastar a los demás, sino en conseguir su conversión. Su meta no es hacerlo mejor que los otros, sino hacer lo mejor para los otros. Sus conquistas no tienen como fin aumentar la cantidad de sus súbditos, sino incendiar en caridad a cada uno de ellos. Los números, las masas, le dan igual: le importa cada persona. Sus leyes y decretos no buscan subyugar a nadie, sino proteger y liberar del mal.
Cristo reina en los corazones libres
Para Cristo reinar es anunciar la verdad: la verdad sobre Dios, la verdad sobre cada hombre y mujer. Solo quienes son de la verdad —aquellos que no se contentan con la mentira, el engaño, la hipocresía, el relativismo o la infidelidad— pueden escuchar con nitidez su voz. «La verdad los hará libres» (Juan 8, 32). Cristo es el rey que no hace esclavos, sino personas libres. Cristo reina en los corazones sinceros y transparentes. Cristo reina en los corazones genuinamente libres.
Texto bíblico base
Juan 18, 33-37
Textos bíblicos de apoyo
Antiguo Testamento
Deuteronomio 10, 17-18
Nuevo Testamento
Juan 6, 15
Juan 12, 12-16
Juan 13, 12-17
Apocalipsis 1, 5-8
Apocalipsis 17, 14
Preguntas para meditar, reflexionar y orar
- ¿Cómo pienso y actúo: al estilo de Jesús o al estilo mundano?
- ¿En qué aspectos de mi vida me doy cuenta de que no reina Jesús?
- ¿Amo la verdad y la busco con sinceridad?
- ¿Amo la libertad? ¿Promuevo la libertad de los demás?