La mujer caminaba despacio, encorvada, apoyándose en un bastón desgastado. Iba medio despeinada y su vestido tenía varios remiendos. De repente, sacó dos moneditas de su bolsillo y las echó en el arca de las ofrendas. Nadie se dio cuenta: ¿quién se fijaría en esa viuda pobre, sucia y achacosa? Nadie se dio cuenta, salvo una persona: Jesús.

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El Maestro, después de contemplar el gesto de la mujer, llamó enseguida a sus discípulos y les dijo: «Les digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca de las ofrendas. Pues todos han echado de lo que les sobraba, esta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir» (Marcos 12, 44).

¿Tengo una mirada como la de Jesús?

Jesús diría estas palabras extremadamente conmovido. La ofrenda de la viuda había sido poca cosa, pero Él había visto más allá de la cantidad. El Señor miró el desprendimiento de la pobre mujer, su gran amor por Dios: ella dio todo lo que tenía para el Templo, para la Casa del Padre. Se olvidó de sí misma, se ofreció a sí misma.

¿Dónde pone su mirada Jesucristo? No en las cantidades, no en lo espectacular e impactante, no en la fama: la mirada de Jesús se concentra en la fe, la esperanza y la caridad. Jesús mira, ante todo, cuánto crees, cuánto esperas, cuánto amas: en lo grande, pero también en lo pequeño; en lo vistoso, pero también en lo oculto; en lo extraordinario, pero también en lo ordinario de cada día.

Señor, ¡que vea como Tú ves!

Y yo, ¿he aprendido a tener una mirada como la de Jesús? ¿Me dejo llevar por lo fascinante y llamativo? ¿Me preocupo más por la cantidad que por la calidad? ¿Admiro lo majestuoso y desprecio lo pequeño? «No sean como los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes» (Marcos 12, 38-39). ¿Qué me mueve realmente: la vanidad o el amor?

Como el ciego Bartimeo, pidámosle a Jesús: «¡Señor, que vea!», que vea como Tú ves, con una mirada pura y limpia, que no desprecie lo pequeño y que se conmueva ante los detalles de fe, esperanza y amor.

Texto bíblico base

Marcos 12, 38-44

Textos bíblicos de apoyo

Antiguo Testamento

1 Samuel 16, 7

Salmo 33(32), 18-22

Salmo 115 (113B), 1

Eclesiastés (Qohélet) 1, 2

Nuevo Testamento

Mateo 23, 1-12

Lucas 18, 9-14

Preguntas para meditar, reflexionar y orar
  1. ¿Soy vanidoso/a? ¿Me gusta que los demás hablen bien de mí?
  2. ¿Presto atención a lo ordinario, a las cosas pequeñas, o las desprecio?
  3. ¿Le pido al Señor humildad, sencillez?

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