Querido amigo o querida amiga: Si has sido un fiel acompañante, te habrás dado cuenta de que hasta ahora hemos compartido las reflexiones que meditamos en los encuentros de Iuvenes adorantes (y que en este blog aparecen categorizadas como meditaciones). Desde hoy empezaremos a subir un nuevo tipo de contenido, sencillo, pero que puede serte bastante útil: se trata de las oraciones.
De ahora en adelante, publicaremos imágenes y textos con oraciones que te sirvan para enriquecer tu diálogo con el Señor. Estas oraciones podrán ser de distinto tipo: algunas estarán inspiradas en la Biblia, otras contarán con amplia tradición en la Iglesia y algunas otras habrán sido redactadas por santos o maestros de espiritualidad.
Comenzamos con una oración del primer tipo. Se trata del Magnificat, el cántico de la Virgen María (Lucas 1, 46-55 ). Queremos compartir esta oración, porque hace un par de sábados hablamos de humildad (lee: Jesús, ¿a quién quieres que abrace?) y en el Magnificat descubrimos la humildad de María. Y no solo eso: al rezarlo y meditarlo la humildad de María se impregna en nosotros.
Sin más preámbulo, te compartimos el texto de la oración.
Magnificat
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es Santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.