Si a ti o a mí nos hubiera tocado elegir al primer Papa, seguramente no hubiéramos elegido a Simón, el hijo de Jonás, pescador de Betsaida. ¿Cómo se le ocurrió a Jesús edificar su Iglesia sobre un hombre de poca fe (Mateo 14, 29-31), bravucón (Mateo 26, 34-35), cobarde (Mateo 26, 69-75) y con instinto asesino (Juan 18, 10)? ¿En qué estaría pensando?
No se puede negar que Pedro tenía muchos defectos. Sin embargo, fue dócil y dejó que la gracia actuara en él. Cuando, en una determinada ocasión, Jesús preguntó a los discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?», Pedro —inspirado por la gracia— se adelantó y confesó: «Tú eres el Mesías» (Marcos 8, 29). ¡Qué importante es dejar que la gracia de Dios actúe en nosotros! Cuando así sucede, somos capaces, a pesar de nuestras miserias, de reconocer a Jesucristo en cada uno de los detalles de nuestra vida y experimentamos cómo Él nos transforma.
Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga
Pero si dejamos la gracia a un lado, corremos el riesgo de no entender los planes de Dios. Fijémonos otra vez en el primer Papa. Después de confesar que Jesús era el Mesías, Pedro comenzó a regañarlo porque el Señor afirmaba que el Mesías debía padecer y ser ejecutado: ¿qué clase de Mesías era ese? Esta vez Pedro no se dejó guiar por la gracia, sino por sus pensamientos humanos. Se ganó entonces un buen grito de Jesús: «¡Apártate de mí, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios» (Marcos 8, 33).
Para ser discípulo de Jesús hace falta que dejemos actuar a la gracia; hace falta que dejemos de pensar según la lógica del mundo y que empecemos a ver las cosas desde la óptica de Dios. Este es el sentido de la mortificación —que tan mala fama ha cogido en los últimos tiempos—: morir a una visión meramente mundana, para adquirir una visión sobrenatural, divina, de la vida.
La pregunta es: ¿En qué me puedo mortificar? Pues en todo aquello que me aleja del Señor. Puedo mortificar mi pereza, haciendo siestas menos extensas; mortificar mi orgullo, sonriendo a aquellos que me han hecho mal; mortificar mi mal carácter, siendo amable con los demás… En fin, cada uno sabrá en qué necesita mortificarse. Jesús nos invita: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga» (Marcos 8, 34). ¿Regañaremos a Jesús por esta «loca» invitación? No, sino que la aceptaremos de inmediato: cargaremos nuestra cruz con paz y alegría.
Texto Bíblico base
Marcos 8, 27-36
Textos Bíblicos de apoyo
Antiguo Testamento
Jonás 3, 5-10
Nuevo Testamento
1 Corintios 15, 10
Gálatas 6, 14
Filipenses 1, 21
Filipenses 2, 5-11
Colosenses 3, 5-11
Preguntas para meditar, reflexionar y orar
- ¿Quién es Jesús para el mundo de hoy? ¿Quién es Jesús para mí?
- ¿Dejo que la gracia actúe en mi vida o pienso según la lógica del mundo?
- ¿Qué pequeñas mortificaciones o sacrificios puedo ofrecer al Señor?